Como si existiera coherencia entre
vino y la vida, en 1939 (año del inicio de la Segunda Guerra Mundial) fue una
de las peores cosechas en Francia.
En 1940, llegó la rápida derrota de Francia
ante el avance nazi, obligando al
gobierno francés a firmar el armisticio, quedando el país dividido en dos, una bajo el régimen
alemán y otra bajo el régimen del mariscal Philippe Pétain.
Como en otros países, la ocupación
fue acompañada por el robo y destrucción. En el caso específico de Francia, se
centró en el robo tanto de arte, alimentos, como de su vino.
Curiosamente, los nazis se toparon con una excelente resistencia pasiva de los viticultores, los cuales escondieron sus mejores vinos tapiando con muros parte de sus bodegas, rellenando las botellas por agua, cambiaron las etiquetas de botellas simulando calidades superiores, corchos de mala calidad, etc. El resultado fue que a Berlín llegó mucho vino francés, pero no siempre del mejor.
Curiosamente, los nazis se toparon con una excelente resistencia pasiva de los viticultores, los cuales escondieron sus mejores vinos tapiando con muros parte de sus bodegas, rellenando las botellas por agua, cambiaron las etiquetas de botellas simulando calidades superiores, corchos de mala calidad, etc. El resultado fue que a Berlín llegó mucho vino francés, pero no siempre del mejor.
Los germanos recurrieron a expertos
comerciantes que fueron llamados “Weinführers” por los franceses. No eran
miembros del partido nazi ni militares, sólo civiles vinculados a grandes
empresas vinícolas alemanas. En general, tomaron distancias críticas de los
planes de robo porque todos tenían importantes vínculos comerciales y
personales con el vino francés y eran conscientes de que la guerra, tarde o
temprano terminaría y los negocios seguirían.
Heinz Bömers, el más conocido de los "weinführers", fue a Burdeos con nulo afán depredador e hizo lo posible para mantener el equilibrio entre los pedidos del Reich y los viticultores franceses, tarea nada fácil.
Champagne por su lado, fué la región más castigada. En las primeras semanas de ocupación los soldados germanos se llevaron 2 millones de botellas.
Heinz Bömers, el más conocido de los "weinführers", fue a Burdeos con nulo afán depredador e hizo lo posible para mantener el equilibrio entre los pedidos del Reich y los viticultores franceses, tarea nada fácil.
Champagne por su lado, fué la región más castigada. En las primeras semanas de ocupación los soldados germanos se llevaron 2 millones de botellas.
Además no tuvo tanta suerte con el "Weinführer" que le correspondió,
Otto Klaebisch. Era muy distinto a
Bömers. Le gustaban los uniformes de gala, la buena vida y la comida. Su
llegada coincidió con una mala cosecha en 1940 y por consiguiente el champán no abundaba. Para
cumplir los pedidos de Berlín, pidió a productores de la región (entre ellos
Moét Chandon) que entregaran sus Grandes Reservas, a lo que los productores se
negaban. Klaebisch tuvo que negociar con viticultores y llegar a un acuerdo, de
entregar parte de las Grandes Reservas, con partidas de espumosos de baja
calidad.
Se estima que los "weinführers"
enviaron a Alemania 2 millones y medio de hectolitros anuales de vino (unas 320
millones de botellas).
El fin de la guerra (1945), curiosamente coincidió con una de las mejores cosechas del siglo XX (según los propios franceses).
Tomado y resumido del libro "La Guerra del Vino",
de Don Kladstrup y Petie Kladstrup